Para la población en general, la palabra fibromialgia, se asocia a desconocimiento, en todo caso a un sentimiento de negatividad, de pesadez. Para los sanitarios suponen unas personas complicadas de diagnosticar y tratar. Para las personas que padecen fibromialgia, saben que han sido años de dolor y dudas, de incomprensión, de alivio cuando por fin algún médico le pone nombre y de aprender a vivir de nuevo cada día. Es una compañera inseparable con la que hay que contar.
La fibromialgia se aceptó como enfermedad por la OMS en 1992, hace veintiséis años sólo. La Asociación Americana de Reumatología cambió completamente los criterios diagnósticos en 2010, se han multiplicado los artículos y estudios en el último decenio, y aunque aparentemente no hay avances significativos en su tratamiento en el momento actual, se están poniendo las bases para que los haya próximamente. Recordemos que hace sólo diez años, el SIDA era una enfermedad mortal y actualmente es una enfermedad crónica, no mortal.
¿Qué podemos hacer todos los que tenemos relación con personas afectos de fibromialgia? Hablar claro en primer lugar; tener presente su cansancio y su dolor, animarlos a desarrollar en sus rutinas de vida las actividades y actitudes que sabemos más le van a ayudar (ejercicio a medida, vida activa y saludable, potenciación de autoestima), ser pacientes y compresivos en sus días malos y recordarles y recordarnos, que pasarán. La clave, como en casi todo en la vida depende de cada persona, de su interés en vivir la vida, permitirse descansar en los días malos sin culpabilidad pero no aceptar que la tristeza y el desánimo se adueñen de nuestros días.